Mi cigarro y yo tenemos un pacto.
Nos consumimos mutuamente.
Mis dedos y tus piernas
tienen un pacto indecente.
El vaso de whisky no emborracha.
Solo es recipiente.
La barra bajo mis codos.
La vida sucede
tras mis ojos borrosos.
La camarera que me ve atractivo, exagera.
No comprendo un sexo salvaje contigo.
No hay sentido aquí afuera.
Una pareja queda frente a mí
todos los días,
Come bollería el cuerpo de policía.
La vieja máquina que come monedas
a veces pesca el vinilo con sigilo,
lo voltea de cualquier manera,
saca la aguja cual enfermera confusa
y penetra el surco melódico y pulcro.
Danzan forasteras
de botas altas y faldas horteras.
Camisas quedan a cuadros
presionadas por pechos exagerados.
Admiramos expectantes
con la mirada sucia
y la entrepierna gastada.
groseras damas insinuantes.
El ventilador gira
a la velocidad
de la aguja de un reloj.
Pura inseguridad.
Una cuarentona desentona
sujetando la cafetera entera
ofreciendo sexo con los ojos
y cafeína con palabras a su antojo.
Una viuda precisa ayuda
para ir al lavabo.
Un polvo rápido la rescata
del luto.
Me gusta sentirme su esclavo
aunque sea por un minuto.
El resto del tiempo
la embisto sin pedirla
nada a cambio.
Es mi plan astuto.
Bollería industrial
junto a moscas del estado.
Tabaco ilegal,
botellas del otro lado.
Aquí nadie se confunde,
aunque aparentemos
estar equivocados.
Bar de carretera
para gente sin coche.
Bar de cegueras
que buscan derroche.
Es la ley del tiempo hiriente.
El vaso de whisky no emborracha.
Solo es recipiente.